domingo, noviembre 28, 2004

Cuando muera quiero ser un diamante

Hace años decidí que cuando muera quiero que me cremen.
Por razones prácticas y hasta cierto punto existenciales.

Las prácticas obedecen a que me parece absurdo gastar dinero en tener tumbas y someter a los deudos de uno a que las mantengan. Deudos quienes nos recordarán con cariño hasta el nivel de nietos. Después de eso formaremos parte de la memoria familiar, y sólo si llegamos a merecerlo, es decir, si de alguna manera creamos una mitología de nosotros mismos que valga la pena recordar en el futuro. Hagan la prueba y traten de traer a la memoria algún cuento de sus bisabuelos o tatarabuelos a ver cuántos pueden recabar. Ni se hable de tíos abuelos o primos abuelos, etc. Además traten de recordar dónde se encuentran enterrados y con cuanta frecuencia los visitan. Si tienen éxito en obtener recuerdos e información, los felicito. Sin embargo, me atrevo a afirmar que la mayoría no tendrá éxito en esa prueba, fundamentalmente por lo diverso de nuestros orígenes y la extensión de nuestras familias.

Me salí del punto de señalar la impracticidad de una tumba lo cual, en suma, se refiere a dinero, obligación y duración en el tiempo en el recuerdo de nuestras familias y amigos.

Las razones existenciales.
Para mí el cuerpo es una cascarita. Cuando he visitado la tumba de mis familiares nunca he sentido que los he visitado a ellos. Me siento absurda enfrente de una cruz de piedra o una placa en la grama tratando de orar o hablar con ellos cuando la conexión siempre la tengo donde esté ... a excepción justamente de sus tumbas. Por supuesto esto es una experiencia muy personal que tiene que ver con mis propias creencias.

Para mí la cascarita debería integrarse de nuevo a la tierra siguiendo el ciclo que la naturaleza dicta, en vez de estar aislada en una caja que se lo impide.

La vanidad también juega un rol en mi adversión a los ataúdes y ser enterrada: la idea de que me pongan algodón en los orificios y me inyecten formol para verme bien en el funeral sencillamente me crispa! Por lo que aparte de que me cremen lo más rápido posible, no deseo que me muestren tampoco. Más si estoy vieja y chuchumeca.

Pero luego de haber decidido esto hace tiempo, siempre he visitado las opciones de qué hacer con las cenizas y no me he decidido... Echarlas al mar, de repente en Mochima o Los Roques; o en el río Sinaruco donde he pasado tantos buenos ratos, o en el llano o en la cima del Santo Angel o sembrarlas en la tierra con semillas y parir un árbol, o si sigo en el extranjero que las echen en la costa de Zanzíbar, uno de mis sitios favoritos en el mundo, pero este último puede ser un costoso capricho post-mortem dependiendo de donde me muera.

Ayer me vino todo esto a la mente de nuevo cuando leí en un artículo que con ocho onzas de nuestras cenizas y el carbono contenido en ellas se pueden crear diamantes sintéticos. Y esto me pareció genial. Una vez muerta y estropeada ser condensada en algo bello y casi eterno como lo es un diamante. Algo que se puede lucir y en caso de emergencia vender. Así que hasta en la posteridad se pudiera ser útil. Y en vez de ser un gasto uno se convierte en una inversión. Parece insensible y macabro pero si lo piensan bien es práctico.

Se imaginan si enviudan cargar al marido en el cuello guindando (así te quería ver, pajarito) en tremenda piedra de 1/2 o 1 carat montada en un pendiente de oro o platino. O en el caso viceversa, nosotras en un hermoso alfiler de corbata o anillo para nuestros maridos o hijos. Posiblemente a los precios de hoy cueste casi lo mismo hacer esto que tener una tumba con la ventaja de que se puede lucir y como ya dije en caso de emergencia vender. No hay que hacer mantenimiento ni ir a ninguna parte porque estamos siempre allí brillando en un joyero o en alguno de nuestros seres queridos y eventualmente en descendientes que no conocimos.

Todavía no estoy cien por ciento segura pero creo que cuando me muera quiero ser un diamante. ¿Pero qué hacer con el resto de mis cenizas si solo usamos ocho onzas (pensando en el diamante más chico)? Otra idea del artículo que me gustó: mezclarlas con concreto y echar el bloque al mar para promover la formación de corales y micro-ecosistemas marinos. Así evitaría las dos cosas que más me aterran de la muerte, el olvido y no volver a la naturaleza. Porque como olvidarse que el diamante ese, es abuelita y que en alguna parte en Morrocoy hay un pequeño arrecife gracias a ella. Eso me da nota. Claro si me muriera todavía joven no quisiera estar en el anillo de la futura nueva esposa de mi viudo, etc... Pero eso se puede arreglar con un testamento.

Para los que encuentren esto serio y les interese, o les parezca broma y les divierte aquí está el link de la compañía de los diamantes con toda la información. En el artículo que leí también hablaban de cenizas en el espacio o en cohetes artificiales etc, pero esos métodos para disponer de las cenizas no me cautivaron tanto.

Aunque no me molestaría que enterraran mis cenizas en la Luna... Mmmm.

3 Comentarios:

At 6:04 p.m., Blogger unocontodo said...

Muy muy buen artículo... estoy muy de acuerdo... considero la "practicidad" un don...

Bien interesante eso de los diamantes.... en un cuerito que cargo en la muñeca, tengo guindado parte del zarcillo de mi abuelita.... y tienes razón con las visitas al cementerio.. tantas cosas de ella en mi casa, …..para qué ir a visitarla?... claro!, respeto mucho esa nota.. y creo que no lo hago también... porque el tema "Cementerio General del Sur"... da para un Weblog completo..

 
At 8:23 p.m., Blogger Topocho said...

Coincido contigo, a mí que me riequen en cualquier playa.

 
At 1:55 a.m., Blogger enigmas PRESS / Gandica said...

Siempre me ha llamado la atención en las películas el acto de cremación, mejor dicho, cuando unos muy pocos familiares asisten a tirar las cenizas en equís lugar. Es un acto tan íntimo y no ese "circo" de amigos de última hora que llegan por compromiso al entierro. Supongo que llegado el inevitable gran momento de escoger me decidiré en una alianza con el fuego. Que si.

 

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