viernes, noviembre 18, 2005

Divagación a partir de una sonrisa feliz

Estos días he pensado en los últimos siete años de mi vida.

A partir de la muerte de mi padre y de la circunstancia de haber tenido la oportunidad de irnos de Venezuela pero a destinos completamente ajenos y desconocidos para nosotros, no puedo menos sino constatar los cambios que se han operado en mí.

Soy la misma pero al mismo tiempo no lo soy. Mi visión del mundo es casi estroboscópica. Una sucesión vertiginosa de escenas congeladas en multitud de instantes. Instantes que trato de aprehender y comprender más allá del consumo inmediato del momento vivido.

Hoy vi a una chiquita de quizás unos 9 o 10 años, con su hermanito de unos 5. Estaban mojaditos, posiblemente se acababan de bañar en el lago cercano, que sirve de vertedero a las casas y edificios de la zona. Aunque el agua de este lago, como todos los de Dhaka, está obviamente contaminada, todavía se puede pescar en él y en medio del tráfico del puente que lo atraviesa casi siempre se puede apreciar la figura un tanto extemporánea de un pescador en su pequeño bote tradicional usando redes caseras para darle de comer a su familia. Una imagen que remite a la Dhaka de antes, que se está extinguiendo y que quizás en cuestión de un par de lustros ya no se vea más...

La cosa es que me conmovieron estos dos niños cruzando la calle. Ambos cargando vasijas de aluminio tradicionales llenas de esta agua seguro que para la casa en esa ineludible carga de responsabilidades que todos los niños pobres tienen en este país, sin que la desventura de su miseria les quitara la sonrisa del rostro, ni una vitalidad para mí extraordinaria y casi milagrosa. Y pensé en los niñitos de Caracas, que andan en la calle y en la poca sensibilidad que otrora me causaban. Digo sensibilidad, porque si bien me indignaba el hecho, de alguna manera lo veía como parte de una realidad demasiado invencible, tanto que se convertían en parte del paisaje, así como las montañas y colinas del valle pobladas de ranchos y quintas, como las anécdotas de la criminalidad, de la corrupción, del vivir en una separación de mundos que apenas se rozaban y que formaban una suerte de estado de cosas incontrovertible e inmutable.

Mis pasadas visitas a Caracas me la han enseñado de otra manera. Y ver los bebés de las indias a un costado o jugando con un potecito posiblemente sacado de la basura, en medio de una isla de alguna avenida o arrimados en alguna acera mientras la mamá pide al que pasa, no me causaban indignación por un gobierno ineficiente sino pesar por nuestra humanidad. Los niños que piden haciendo malabarismos en la calle. Siempre pienso en cuál será el futuro para ellos. Qué clase de país y de mundo estamos dejando para esas criaturas que no obstante sonríen y conservan inocencia ante los golpes de la vida que tan temprano les ha tocado llevar.

Niños que tienen rostros en todas partes del mundo. Pequeños que no entienden de fronteras, ni de enfrentamientos, ni política, ni de enfermedades, ni de lo que dice Dios o deja de decir, ni de si tienen derechos o no, de lo que es posible con un arma en mano o un juguete.

Hay ciertas visiones que definitivamente me han cambiado, me han dado otras perspectivas de las cosas, así como han hecho tambalear mi espíritu, pero hay días en que me basta una sonrisa como la que vi hoy, una felicidad satisfecha en el baño fugaz en las aguas de un lago, ajena a la realidad del mundo, completa, total y verdadera durante unos minutos, para recuperar un poco de mi fe.

3 Comentarios:

At 5:45 p.m., Blogger Mire said...

hermoso, tristísimo texto...
sí, esos niños nos están diciendo que no estamos haciendo nada, que mucha tecnología, sí, pero mucha miseria, así que el progreso es relativo y la realidad parece indicar más bien un oscuratismo.
un abrazo grande

 
At 9:12 p.m., Blogger enigmas PRESS / Gandica said...

Un post-comentario no fallido. O sea que conmueve el alma del lector, pero ya eso es común por aquí.
Aparte de tener que ir a verificar mi concepto de 'estroboscopio' ese "soy pero no soy" me recuerda las viejas teorías de Mr Gurdjieff de que no somos un 'yo' ni dos, sino que somos cientos de 'yoes' y cada uno en pelea diaria por mantener su posición.
Por cierto ya es costumbre que cuando visito tu página abro al lado la web de la RAE.es Hoy le tocó el turno al mundo estroboscópico.
Saludos y energía cósmica virtual hacia tu mundo.

 
At 11:12 p.m., Blogger Elijah said...

Todos cargamos esa pena moral. La sonrisa de un inocente es la puerta hacia la realidad. Esa sonrisa desgarra el velo y nos deja asomarnos aunque sea un instante, trayendo solaz a nuestra fatigada alma.

 

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